Esta vez la película escogida para comentar, y
que permita de manera comparativa, cotejar dos sistemas culturales indígenas
suramericanos, es aquella interpretada por el actor norteamericano Charles Helston
y la sopranos peruana - aunque en un papel secundarios - Yma Sumac, quien a propósito
entona canciones propias de la tradición musical Quechua, lo que le ha valido
ser reconocida como una de las máximas exponentes latinoamericanas que
interesada por la riqueza cultural de los mal llamados Incas (nombre asignado
solo a los regentes de este pueblo descendientes del sol), ha dado a conocer en
tonadas y letras aparentemente incompresibles, sentimientos y hasta el
pensamiento cosmogónico de este importante pueblo originario.
Para interés de este artículo, la película
recuerda la importancia y significado que adquiere el disco solar para
los descendientes incaicos, así como la posibilidad de volver a
reivindicar la grandeza de este pueblo, quienes, a pesar de haber
"cautivado" (sometido como esclavo) al astro rey con la
materialización en esta espectacular pieza, con la llegada de los procesos de
conquista y colonización, habían perdido esta potestad, recuperable solo con el
hallazgo nuevamente de la significativa pieza.
Si bien, es inevitable que al ver la película,
relacionemos al guía turístico encarnado por Helston con el más reciente
personaje de Indiana Jones, la cinta adquiere cierta importancia al
destacar el simbolismo significativo que adquiere el oro para el pueblo
Quechua, metal a través del cual se rememora su glorioso pasado colmado de
poder y dominio sobre una vasta región de lo que ahora es Suramérica, mientras
que la recuperación del preciado objeto, implica la resurrección de este pueblo
sobre los demás colectivos y territorios que antaño dominaron.
El oro y en sí las piezas con forma discoidal,
han sido tan importante para los Quechua como para otros pueblos amerindios
suramericanos. Tal es el caso del significado que adquiere el metal como este
tipo de piezas para los Muiscas, pueblo que además de asociar este preciado
metal con ambos tipos de sus gobernantes – los Zipas y los Zaques -, reconocían
como parte de su pueblo jerarquizado la presencia de orfebres como parte del
segmento de los artesanos; rol por demás esencial a la hora de fabricar las
piezas rituales y especialmente aquellas con destino funerario, pues la muerte
y la creencia en la existencia de un lugar al que iban las personas fallecidas,
especialmente su gobernantes, hacían parte del diario vivir de este pueblo.
Era común que se les enterrara a las máximas
figuras como Zipas, Zaques y Jeques (sacerdotes) con alimentos como chicha,
mantas y objetos de oro, pues se consideraba que todos estos elementos les
serviría para emprender el camino en la dimensión de la muerte. El éxito de
este recorrido definía el destino del linaje e incluso de sus descendientes y
de su pueblo que quedaba en este plano material.
Al igual como se muestra en la película, los
altos dignatarios y los jeques eran llevados a lugares sagrados cuya ubicación
no podía ser revelada, asegurándose así la no profanación de sus tumbas y la caución
de irrumpir y perjudicar el destino de su descendencia en el plano material.
Lamentablemente esta concepción de la muerte
con una rica constelación de significados, ha sido desprestigiada y combatida
en la modernidad por las sociedades colonizadoras occidentales, quienes
impusieron el valor del metal sobre el significado de la pieza, menoscabando
las creencias y el valor simbólico que adquiría el oro.
Independientemente de que se le valore el oro
como metal precioso por la ahora sociedad globalizada – incluyendo los propios
descendientes de ambos pueblos indígenas mencionados en este artículos -, hay
quienes aprecian este mineral por cualidades todavía no corroboradas por
ciencias como la física y la química, atribuyéndole poderes curativos, de concertación
de energía y en general, la personificación de la supremacía que se puede
llegar a tener no necesariamente sobre el plano físico y social de un
territorio, sino porque permite la purificación y mantenimiento de recursos
esenciales para la vida como lo es el agua.
Ya la ciencia con el paso del tiempo nos dirá
si este material posee tanta valía por encima de su valor económico y social.
Por lo pronto llama la atención que en los lugares de pagamento o entierros de
comunidades indígenas cuyos conocimientos ancestrales conviven y superan a los
tradicionales y recientemente adoptados, no se permite la extracción del metal
bajo ninguna circunstancia, alegándose inclusive no solo el deterioro ambiental
del territorio y sus recursos sino incluso, el ocaso de espíritus – dueños de
mundo con los que se cuenta para armonizar la vida misma del colectivo.